Lo más hemoso del desierto es que en cualquier  lugar esconde un pozo...



A lo lejos,
los trozos de ti son saludos del desierto,
repleto de espejismos.
Allá en lo alto,
trozos de papel gigantes me estrechan
en un abrazo concéntrico
que se pierde en si mismo
y en si mismo se tuerce
hacia su estrangulación.

Aquí, abajo,
los trozos de ti son las manos
del adios, pañuelos blancos
sacudiendo el polvo de una tarde
como un oasis sin palmeras.

Un viento desbocado se clava
con saña y enreda
en volteretas mortales
que sólo tienen un fin
de tierra ensangrentada.
Manotazos impasibles
como los dientes gélidos
de una sierra mecánica,
como el revuelo de cuchillos
de un tirador irritado,
como un billete de ida y vuelta
encerrado en su inútil trazo.

No, ya no hay saludos ni adioses
en esta ruleta, sino el ojo cegado
de lo que ya no soy y de lo que ya no devora
después de haber cruzado todo el desierto...

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